jueves, 29 de diciembre de 2016

LA REFORMA TRIBUTARIA Y LAS ELECCIONES DE 2018.

Por: Jorge Arturo Abello Gual.

Es complicado entender para cualquier ciudadano colombiano por qué el Gobierno requiere sacar más ingresos de nuestros bolsillos, en medio de tanta pobreza y desigualdad que reina en Colombia.

La reforma tributaria elaborada en el 2016 y que regirá en Colombia para el 2017, busca recaudar más de 12 billones de pesos en impuestos, para compensar los ingresos que hoy no se reciben por cuenta de la crisis petrolera. Se sabe que el precio del petroleo ha bajado debido a que los países productores aumentaron la oferta e inundaron los mercados con el crudo, haciendo que se bajaran los precios. Igualmente, el fracking, el nuevo método para extraer petroleo incrementó la cantidad del producto en el mercado y provocó nuevamente la baja del precio. Hoy en día los bajos precios del crudo, quebraron a las empresas del sector en Colombia, pero también generaron varios efectos adversos, pues con los precios actuales, no existen multinacionales extranjeras dispuestas a costear las exploraciones tradicionales de petroleo, y debido a ello, las reservas para el consumo de gasolina en Colombia también se encuentran en riesgo para un futuro. En conclusión, son 12 billones de pesos que supuestamente,  se han dejado de recaudar en regalías, debido a los bajos precios del petroleo, y con ello también, la quiebra de las empresas petroleras que al tener perdidas, no deben estar tributando. A pesar de la gravidez que refleja el sector petrolero en Colombia, el petroleo no es nuestro único producto, de lo contrario estaríamos igual que Venezuela. 12 billones de pesos es mucho dinero, pero hay opciones mejores que sacárselos a la brava al pueblo y promoviendo una crisis económica para el próximo año, por cuenta de los despidos por recorte de personal, cuando las empresas comiencen a sentir el rigor de trasladarle al consumidor todos los impuestos.

Igualmente la reforma tributaria tenía otra bandera y era financiar la paz. Debido al resultado negativo del plebiscito, la agenda política se trastocó, porque era más fácil vender una reforma tributaria que ayudara a alcanzar la paz, que una reforma tributaria para tapar el déficit fiscal, por cuenta del abuso en el gasto público que es en realidad lo que ocurre. Igualmente, ya no se habla de una reforma tributaria para sostener la paz, sino de una reforma tributaria para sostener la inversión social y la competitividad. En todo caso, la paz debe estar dentro de la agenda pues su impacto en el presupuesto tarde o temprano se tendrá que ver.  Sin embargo, hay que decir que la paz se financia en parte por sí sola, pues la ausencia de conflicto con la guerrilla, ahorra a diario millones y millones de pesos en municiones, armamentos, indemnizaciones a civiles y soldados, y gasto en el transporte de tropa.

También se sostiene que la reforma tributaria busca mantener los programas sociales del Estado, así como las inversiones en infraestructura. Es importante sin duda estos dos rubros, pues sin los programas sociales la pobreza y la desigualdad social serían más evidentes, y sin infraestructura, nuestra competitividad disminuiría, afectando la inversión extranjera, la productividad y el crecimiento. Sin embargo, en Colombia se ha confundido programas sociales con subsidios, lo cual genera una carga asistencial y financiera al Estado muy grande, sin que ello tenga un impacto importante en la productividad de la población más vulnerable, y se toman dos ejemplos: uno es el régimen subsidiado de salud (Sisben), lo que ha generado es que los beneficiarios del subsidio, no quieran formalizar su trabajo, para no tener que pagar más por el servicio de salud; y el otro ejemplo es familias en acción, donde las personas hacen lo que sea por mantener dicho subsidio, y por ello, se convierten en un fortín político del Gobierno de turno para las elecciones. Por último, se habla de programas de alimentación de la infancia, pero los recursos no llegan y se mueren los niños de la guajira por desnutrición. Por otra parte, el tema de la infraestructura, es un espejismo, porque se encuentra directamente relacionada con la corrupción, porque bien lo ha dicho los informes de la Contraloría, de la Fiscalía y del zar anticorrupción, en Colombia solo se invierte en las obras de infraestructura entre el  40% o 45% del valor contratado, el resto se pierde por cuenta de la corrupción.

Casos como el de Reficar donde al parecer se perdieron más de 6 billones de pesos en sobrecostos en la construcción de la refinería de Cartagena, Caprecom, donde se perdieron más de medio billón de pesos, y el del carrusel de la contratación donde supuestamente se perdieron más de 2 billones de pesos,  dan cuenta de que la reforma tributaria no se trata de resolver problemas y cumplir con los fines del Estado, se trata de financiar con el dinero de todos los colombianos todas los abusos en el manejo de los recursos del Estado.

En principio se habla de que la reforma tributaria no sería necesaria si "los niveles de corrupción se llevaran a las justas proporciones", lo cual sin duda parece imposible, debido al costo de las elecciones de los cargos proveídos a través del voto popular. El Presidente, los Congresistas, los Gobernadores, los diputados, los alcaldes y los concejales, deben financiar unas campañas electorales muy costosas y sin duda, no les alcanza con el sueldo.

Los recursos públicos que se perdieron en Colombia por cuenta de la corrupción, no se van a recuperar, porque si bien, en la justicia penal se castiga con pena de prisión a algunos corruptos, no se sabe quién va a responder económicamente por Reficar, o por el carrusel de la contratación en Bogotá, o por Caprecom. ¿Qué pasaría si se recupera por lo menos el 50% de los recursos que se perdieron en estos casos de corrupción? ¿Necesitaríamos una reforma tributaria? Pero como ya se perdió y a veces, ese dinero se encuentra en manos de intocables, lo mejor es meter a uno que otro a la cárcel y no tratar el tema de la devolución del dinero.

En segundo termino, se ha dicho que la reforma tributaria no es necesaria si el Estado ahorra. Se evidenciado que en la actualidad existen muchas instituciones estatales que no hacen nada, y que no aportan en nada en el funcionamiento del Estado, pero que sí aumentan la burocracia y los costes de su funcionamiento. La auditoría general de la república, las coorporaciones autónomas regionales y especiales, son algunos ejemplos de imperios burocráticos sin trascendencia. Sin embargo, no se eliminan porque en efecto son burocracia, son cargos públicos a proveer a dedo, con presupuesto propio y disponible para emprender programas costosos, sin ninguna trascendencia y que el 40% por lo menos, termina en el bolsillo de los corruptos.

La reforma tributaria tampoco favorece a un proyecto económico sostenible de Estado, porque en tiempos de crisis, el Estado no puede contraer la economía privada con más impuestos, porque disminuye la demanda, desestimula el comercio, aumenta el desempleo y crea pobreza. El aumento del tamaño del Estado tampoco es recomendable si ello se traduce en subsidios, burocracia  y corrupción.

Me inclino a pensar que la reforma tributaria está motivada por la pugna de poder que se avecina en las elecciones presidenciales del 2018, así como la venta de Isagen se dio para financiar las negociaciones de paz, su aprobación y la campaña del plebiscito. Sin duda se necesitan más recursos para las elecciones presidenciales del 2018, y todos los involucrados y aspirantes, entre santistas, uribistas, liberales, conservadores, verdes y demás, necesitan recursos para alcanzar o mantener su cargo y su curul, y quién pierda sufrirá las consecuencias de un país polarizado, como bien lo sufrieron los uribistas por cuenta de los santistas. Se mantendrá el actual régimen o habrá revancha, o surgirá un tercero en la disputa, "todo depende de la reforma tributaria estructural".

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sábado, 3 de diciembre de 2016

EL UNIÓN MAGDALENA: HACE FALTA LAS TARDES DE FÚTBOL DEL DOMINGO EN SANTA MARTA.

Por: Jorge Arturo Abello Gual.

Hace ya 12 años que el Unión Magdalena está en la segunda división del fútbol colombiano, y hasta el momento no se ve cómo puede volver, no un equipo a la primera división, sino toda una cultura urbana desarrollada alrededor de un espectáculo llamado fútbol. Lo más triste es que el Estadio Eduardo Santos fue cerrado al público desde ya hace más de cuatro años, y hoy se anuncia su demolición.

No se trata solamente de una camiseta o de un equipo jugando fútbol, se trata de una ciudad que despertaba cada 15 días, a reunirse en un estadio y a ver un equipo.

UNA FORMA DE JUEGO QUE NOS ENAMORÓ.

El Unión Magdalena es un equipo chico, pero aguerrido. El carácter del jugador samario en especial los defensas y los mediocampistas son el patrón de lucha y pundonor de un equipo que teniendo máximo tres o cuatro jugadores virtuosos, se soporta de su defensa.

Los defensas del Unión siempre han sido fuertes y recios como el histórico Orlando Rojas o la Parca Betancourt. Solo algunos técnicos como Yerson Fula o Richard Pontón destacaban en su tiempo. En el medio campo se destaca la historia de Alfonso “El Manduco” Cáceres, quién llegó a Santa Marta como boxeador, y terminó pegando pero el estadio de Santa Marta, y en varios clásicos con el Junior fue el encargado de marcar al Pibe Valderrama.

La garra samaria como a veces se le conocía entre los aficionados, no era otra cosa que una combinación entre fuerza bruta y cojones, donde no se cansaban de marcar al oponente y pegarle cuando éste se ponía insolente.

Por regla general el equipo estaba compuesto por seis guayeros, y tres o cuatro virtuosos. Los seis guayeros tenían que soportar los ataques del equipo contrario, y por regla general alguno salía expulsado por doble amarilla o roja directa, y cuando recuperaban el balón se lo daban a los virtuosos para que en ataques ráfagas lograran hacer los goles.

Uno era el Unión de visitante, y otra cosa era el Unión que jugaba en Santa Marta. Como visitante, el Unión jugaba con ocho jugadores aguantando, y trataba de contragolpear con tres, de ahí que no ganara mucho por fuera del terruño. Casi siempre le expulsaban a uno o dos jugadores, porque los árbitros no le perdonaban el juego brusco que exponía el Unión por fuera quién también fue apodado el Unión Magdaleña. Pero cuando jugaba en Santa Marta, era otra cosa.

En Santa Marta el calor, la tribuna, la tambora, la sirena, la cancha, hacían que los cuatro virtuosos se inspiraran, y los seis guayeros, fueran más implacables que nunca con sus rivales.

Nunca fue un equipo de mucho toque, era más bien defensivo y explosivo cuando tenía la pelota, los pases por regla general eran largos y los jugadores virtuosos tenían esa picardía y viveza que enamoraba a la tribuna, con cambios de ritmo explosivos.

Los goles que hacían eran de dos tipos, o eran golazos o eran goles en borgoñón.

Las victorias pocas veces eran abultadas, su mejor resultado de visitante era el empate, y en casa ganaba muchas veces al último minuto en un gol en la agonía de los 90 minutos.

Los últimos minutos de un partido del Unión Magdalena eran agonizantes, ya sea porque atropellaba a su rival buscando el gol del triunfo o del empate en un borgoñón, o porque se defendía como gato boca arriba para que no le empataran. Raras veces se veía un resultado tranquilo con un tres a cero, porque incluso cuando iba dos a cero era angustiante.

Era un equipo para un goleador. En todas sus versiones, el Unión siempre sacaba a relucir a un goleador: Tedy Orozco, Alex Comas, Pedro Olaya, Gustavo Iturburo, Jorge Villar, el Mono Herrera, Alpinito Carrillo. El Unión siempre jugaba para su goleador y no se cansaba de buscarlo hasta que metiera el gol. Solo hubo una excepción que yo recuerde que fue el triunvirato conformado por Zuleta, Herrera y Vilarete, que llegó a ser temida a nivel nacional, pues entre los tres sumaban más de 30 goles.  

LOS CLÁSICOS INOLVIDABLES.

La afición sufrida del Unión Magdalena, podía perdonar que golearan al equipo por fuera, o que incluso perdiera en casa con otro equipo pequeño, pero lo que no le perdonaban al Unión era que perdiera en casa con el Junior.

Los clásicos con el Junior eran a otro precio, si bien en Barranquilla el Unión trataba de resistir a punta de garra lo más que podía, sobre todo hasta la primera expulsión de alguno de sus jugadores, en Santa Marta el juego era muy diferente.

En Santa Marta, el Junior siempre tenía la iniciativa tocando el balón, con jugadores más virtuosos, pero poco a poco, la garra del Unión iba apareciendo, y con golpes y patadas, el Junior iba ablandándose, hasta que los cuatro virtuosos aparecían con una inspiración para anotar algún gol. En muchas ocasiones el Junior comenzaba ganando, pero el Unión a pura garra le empataba, de ahí en adelante era un tiro al aire.

Los estilos de fútbol eran muy diferentes, mientras que el Junior jugaba a ras de piso, con pases cortos y con un fútbol alegre que se fundamenta en el juego de bola de trapo que se juega en Barranquilla en las canchas de cemento de micro o de los parques, los jugadores del Unión jugaban con pases largos, transportaban mucho el balón, hacían gambetas, exponiendo el juego que se hace en las canchas de tierra de Santa Marta.

Un partido entre el Junior y el Unión enfrentaba dos estilos muy distintos, pases largos contra pases cortos; alegría y picardía contra garra y picardía; mucha posesión de balón, contra oportunismo y aguante. Podríamos comparar un clásico Junior – Unión, con un partido Uruguay – Brasil, donde si bien Brasil mantiene más el balón y domina las acciones, Uruguay siempre aguanta y espera su oportunidad. Junior sabía que en nómina era superior al Unión Magdalena, pero también sabía que el Unión a punta de garra le podía ganar.

EL ESTADIO: EL CALOR, LA CANCHA Y LA LOCA.

Sin duda en toda batalla, una de las cosas más importantes es elegir el terreno de juego, y para el Unión, su estadio era su fortín. Los equipos grandes que visitaban Santa Marta, sabían que al enfrentar al Unión, existían muchas situaciones adversas que tenían que enfrentar. Decía Retat técnico histórico del Unión: “Aquí en Santa Marta murió Simón Bolívar, y por eso aquí puede morir cualquiera”

Lo primero que tenían que enfrentar era el calor de las 3:30 de la tarde de Santa Marta. Por tradición solo han existido dos o tres equipos en la costa norte de Colombia, por lo que los demás equipos, no están acostumbrados al calor de la costa. El Huila y el Cúcuta, serían los otros equipos que pudieran adaptarse bien al calor, sin embargo, son climas diferentes y los demás equipos no están acostumbrados a jugar a más de 30 grados de temperatura.

El calor desgasta, deshidrata y cansa. Los equipos de Bogotá, sufren mucho, pero en general todos los equipos que les toca jugar en la costa, enfrentan una disminución en su juego de 20%, si no tienen un proceso de adaptación previa. Así las cosas, el Unión comienza atropellando a sus rivales tratando de hacerlos correr. Como su fuerte no era el toque ni la posesión de la pelota, sino en hacer un cerco a su rival, y desgastarlo a pelotazos y centros por los costados. En dos ocasiones programaron partidos a las 12 m y 2 p.m., en esos partidos el Unión arrasó a sus rivales, y obvio, estos se quejaron por tener que jugar en condiciones inhumanas. Retat, cuando era técnico del Unión ordenaba que regaran la cancha una hora antes de iniciar el partido, para que el vapor de agua que expedía la grama por el calor del sol, no le diera tregua al equipo visitante.

La cancha del estadio Eduardo Santos, no tenía el mejor gramado, era muy irregular y tenía muchos claros. Era una cancha que favorecía a los pases largos y al juego aéreo, que era la especialidad del Unión. Precisamente en una ocasión, el Unión clasificó a los octogonales gracias a un hueco en la cancha que luego lo bautizaron el morrito. El Unión enfrentaba al Envigado y tenía que ganar para clasificar, el envigado ya estaba eliminado pero buscaba ayudar al Medellín que era el otro equipo que peleaba por entrar al octogonal. Faltaba un minuto, y en una jugada elaborada la puya Zuleta pateo el balón muy despacio que iba a las manos del arquero, el balón se desvió en un morrito de la cancha, dio un bote y el portero no logró reaccionar. El balón fue al fondo y el Unión se clasificó al octogonal.

Y la popular loca, que era la brisa en Santa Marta, se sentía como un huracán en los meses de Diciembre y Enero, tanto así que los balones hacían extraños en el aire, los arqueros sacaban de meta, pero el balón no pasaba de la mitad. Los jugadores del Unión escogían cancha en el cara y sello del inicio de juego. Siempre escogían jugar en favor de la brisa en el segundo tiempo, donde sin duda le hacía mucho más difícil el trabajo a los porteros. En una ocasión la brisa ayudó a Fredy Orozco para hacer un gol olímpico, y en otra ocasión, el Unión empataba 1-1 con el América de Cali, y Oscar Córdoba quiso botar el balón por la banda para tirarse en la cancha simulando una lesión y así quemar los últimos minutos del partido. El balón quedó en una bolsa de aire y no salió por la banda, y le quedó en los pies al lateral derecho del Unión que era Alberto Gamero, quién apunto al arco y patió casi de la mitad de la cancha, Oscar Córdoba no pudo reaccionar y el Unión ganó 2-1.

LA TRIBUNA, A PUNTA DE TAMBORA Y DE SIRENA.

Uno de los factores más importantes para el Unión era el apoyo que recibía de la tribuna. En la tribuna del estadio se congregaban casi siempre 8 mil espectadores, pero su característica no era alentar a su equipo con cánticos o gritos, sino con tamboras y sirenas.

A diferencia de otras tribunas, en Santa Marta no sonaban cornetas, pitos o bubuselas. Siempre entraba una o dos tamporas que eran tocadas por samarios y cienagueros que tocaban más fuerte cuando el equipo atacaba o iba a cobrar un tiro de esquina. La popular tambora de Santa Marta, conformada por un tambor, un guache, un alegre y un llamador acompañado muchas veces de un saxofón o clarinete, alegraba a la gente en la tribuna, y era la música de fondo que alentaba a los jugadores en el campo. No puedo imaginar lo raro para un equipo de fútbol visitante ser intimidado por el ritmo de unos tambores cada vez que lo atacaban, como el escuchar tambores en una selva y saber que hay una tribu guerrera dispuestos a atacar.

Y ni qué decir de la sirena de bomberos, que sonaba no solo cuando el Unión atacaba o iba a cobrar un tiro libre o un tiro de esquina, sino cuando el Unión estaba contra las cuerdas o jugando mal. La sirena de bomberos sonaba como un grito colectivo que le decía al rival que estaba en peligro, y le decía a los jugadores del Unión despierten que sí pueden ganar. La sirena viene de una canción llamada la casa, que estuvo de moda en 1968, el año en que el Unión fue campeón, y que decía que la casa de marcela se quemó y por eso sonaban las sirenas de los bomberos. Los aficionados tomaron ello, para advertirle a los rivales del Unión que el fuego estaba cerca, y que el arco se les podía quemar.

Estás eran dos insignias de la tribuna samaria, pues los cantos y las banderas vinieron después, pero nunca reemplazaran ni a la tambora, ni a la sirena de bomberos.
Todas esas cosas, hacían que la gente de Santa Marta, de Riohacha y de Ciénaga, prefiriera ir al estadio a ver al Unión Magdalena, en vez de ir a cine o ir al mar.


Hoy el equipo de Santa Marta, no tiene estadio en su ciudad, porque fue cerrado por riesgo estructural y lo quieren demoler. El Unión ha durado tres años deambulando fuera de Santa Marta. Toda esta cultura futbolera está en peligro y lo más triste es que con el pasar de los años se olvide, y lleguen las barras desadaptadas y revoltosas que no dejan disfrutar el espectáculo. 

Unión vuelve pronto a Santa Marta, y sobre todo vuelve pronto a la primera división del fútbol colombiano.

ACTUAR Y PENSAR