Por: Jorge Arturo
Abello Gual.
Hace ya 12 años que el Unión
Magdalena está en la segunda división del fútbol colombiano, y hasta el momento
no se ve cómo puede volver, no un equipo a la primera división, sino toda una
cultura urbana desarrollada alrededor de un espectáculo llamado fútbol. Lo más
triste es que el Estadio Eduardo Santos fue cerrado al público desde ya hace
más de cuatro años, y hoy se anuncia su demolición.
No se trata solamente de una
camiseta o de un equipo jugando fútbol, se trata de una ciudad que despertaba
cada 15 días, a reunirse en un estadio y a ver un equipo.
UNA FORMA DE JUEGO QUE NOS ENAMORÓ.
El Unión Magdalena es un equipo
chico, pero aguerrido. El carácter del jugador samario en especial los defensas
y los mediocampistas son el patrón de lucha y pundonor de un equipo que
teniendo máximo tres o cuatro jugadores virtuosos, se soporta de su defensa.
Los defensas del Unión siempre
han sido fuertes y recios como el histórico Orlando Rojas o la Parca
Betancourt. Solo algunos técnicos como Yerson Fula o Richard Pontón destacaban
en su tiempo. En el medio campo se destaca la historia de Alfonso “El Manduco”
Cáceres, quién llegó a Santa Marta como boxeador, y terminó pegando pero en el
estadio de Santa Marta, y en varios clásicos con el Junior fue el encargado de
marcar al Pibe Valderrama.
La garra samaria como a veces se
le conocía entre los aficionados, no era otra cosa que una combinación entre
fuerza bruta y cojones, donde no se cansaban de marcar al oponente y pegarle
cuando éste se ponía insolente.
Por regla general el equipo
estaba compuesto por seis guayeros, y tres o cuatro virtuosos. Los seis
guayeros tenían que soportar los ataques del equipo contrario, y por regla
general alguno salía expulsado por doble amarilla o roja directa, y cuando
recuperaban el balón se lo daban a los virtuosos para que en ataques ráfagas
lograran hacer los goles.
Uno era el Unión de visitante, y
otra cosa era el Unión que jugaba en Santa Marta. Como visitante, el Unión
jugaba con ocho jugadores aguantando, y trataba de contragolpear con tres, de
ahí que no ganara mucho por fuera del terruño. Casi siempre le expulsaban a uno
o dos jugadores, porque los árbitros no le perdonaban el juego brusco que
exponía el Unión por fuera quién también fue apodado el Unión Magdaleña. Pero
cuando jugaba en Santa Marta, era otra cosa.
En Santa Marta el calor, la
tribuna, la tambora, la sirena, la cancha, hacían que los cuatro virtuosos se
inspiraran, y los seis guayeros, fueran más implacables que nunca con sus
rivales.
Nunca fue un equipo de mucho
toque, era más bien defensivo y explosivo cuando tenía la pelota, los pases por
regla general eran largos y los jugadores virtuosos tenían esa picardía y viveza
que enamoraba a la tribuna, con cambios de ritmo explosivos.
Los goles que hacían eran de dos
tipos, o eran golazos o eran goles en borgoñón.
Las victorias pocas veces eran
abultadas, su mejor resultado de visitante era el empate, y en casa ganaba
muchas veces al último minuto en un gol en la agonía de los 90 minutos.
Los últimos minutos de un partido
del Unión Magdalena eran agonizantes, ya sea porque atropellaba a su rival
buscando el gol del triunfo o del empate en un borgoñón, o porque se defendía
como gato boca arriba para que no le empataran. Raras veces se veía un
resultado tranquilo con un tres a cero, porque incluso cuando iba dos a cero
era angustiante.
Era un equipo para un goleador.
En todas sus versiones, el Unión siempre sacaba a relucir a un goleador: Tedy
Orozco, Alex Comas, Pedro Olaya, Gustavo Iturburo, Jorge Villar, el Mono
Herrera, Alpinito Carrillo. El Unión siempre jugaba para su goleador y no se
cansaba de buscarlo hasta que metiera el gol. Solo hubo una excepción que yo
recuerde que fue el triunvirato conformado por Zuleta, Herrera y Vilarete, que
llegó a ser temida a nivel nacional, pues entre los tres sumaban más de 30
goles.
LOS CLÁSICOS INOLVIDABLES.
La afición sufrida del Unión
Magdalena, podía perdonar que golearan al equipo por fuera, o que incluso
perdiera en casa con otro equipo pequeño, pero lo que no le perdonaban al Unión
era que perdiera en casa con el Junior.
Los clásicos con el Junior eran a
otro precio, si bien en Barranquilla el Unión trataba de resistir a punta de
garra lo más que podía, sobre todo hasta la primera expulsión de alguno de sus
jugadores, en Santa Marta el juego era muy diferente.
En Santa Marta, el Junior siempre
tenía la iniciativa tocando el balón, con jugadores más virtuosos, pero poco a
poco, la garra del Unión iba apareciendo, y con golpes y patadas, el Junior iba
ablandándose, hasta que los cuatro virtuosos aparecían con una inspiración para
anotar algún gol. En muchas ocasiones el Junior comenzaba ganando, pero el
Unión a pura garra le empataba, de ahí en adelante era un tiro al aire.
Los estilos de fútbol eran muy
diferentes, mientras que el Junior jugaba a ras de piso, con pases cortos y con
un fútbol alegre que se fundamenta en el juego de bola de trapo que se juega en
Barranquilla en las canchas de cemento de micro o de los parques, los jugadores
del Unión jugaban con pases largos, transportaban mucho el balón, hacían
gambetas, exponiendo el juego que se hace en las canchas de tierra de Santa
Marta.
Un partido entre el Junior y el
Unión enfrentaba dos estilos muy distintos, pases largos contra pases cortos;
alegría y picardía contra garra y picardía; mucha posesión de balón, contra
oportunismo y aguante. Podríamos comparar un clásico Junior – Unión, con un
partido Uruguay – Brasil, donde si bien Brasil mantiene más el balón y domina
las acciones, Uruguay siempre aguanta y espera su oportunidad. Junior sabía que
en nómina era superior al Unión Magdalena, pero también sabía que el Unión a
punta de garra le podía ganar.
EL ESTADIO: EL CALOR, LA CANCHA Y LA LOCA.
Sin duda en toda batalla, una de
las cosas más importantes es elegir el terreno de juego, y para el Unión, su
estadio era su fortín. Los equipos grandes que visitaban Santa Marta, sabían
que al enfrentar al Unión, existían muchas situaciones adversas que tenían que
enfrentar. Decía Retat técnico histórico del Unión: “Aquí en Santa Marta murió
Simón Bolívar, y por eso aquí puede morir cualquiera”
Lo primero que tenían que
enfrentar era el calor de las 3:30 de la tarde de Santa Marta. Por tradición
solo han existido dos o tres equipos en la costa norte de Colombia, por lo que
los demás equipos, no están acostumbrados al calor de la costa. El Huila y el
Cúcuta, serían los otros equipos que pudieran adaptarse bien al calor, sin
embargo, son climas diferentes y los demás equipos no están acostumbrados a
jugar a más de 30 grados de temperatura.
El calor desgasta, deshidrata y
cansa. Los equipos de Bogotá, sufren mucho, pero en general todos los equipos
que les toca jugar en la costa, enfrentan una disminución en su juego de 20%,
si no tienen un proceso de adaptación previa. Así las cosas, el Unión comienza
atropellando a sus rivales tratando de hacerlos correr. Como su fuerte no era
el toque ni la posesión de la pelota, sino en hacer un cerco a su rival, y
desgastarlo a pelotazos y centros por los costados. En dos ocasiones
programaron partidos a las 12 m y 2 p.m., en esos partidos el Unión arrasó a
sus rivales, y obvio, estos se quejaron por tener que jugar en condiciones
inhumanas. Retat, cuando era técnico del Unión ordenaba que regaran la cancha
una hora antes de iniciar el partido, para que el vapor de agua que expedía la
grama por el calor del sol, no le diera tregua al equipo visitante.
La cancha del estadio Eduardo
Santos, no tenía el mejor gramado, era muy irregular y tenía muchos claros. Era
una cancha que favorecía a los pases largos y al juego aéreo, que era la
especialidad del Unión. Precisamente en una ocasión, el Unión clasificó a los
octogonales gracias a un hueco en la cancha que luego lo bautizaron el morrito.
El Unión enfrentaba al Envigado y tenía que ganar para clasificar, el envigado
ya estaba eliminado pero buscaba ayudar al Medellín que era el otro equipo que
peleaba por entrar al octogonal. Faltaba un minuto, y en una jugada elaborada
la puya Zuleta pateo el balón muy despacio que iba a las manos del arquero, el
balón se desvió en un morrito de la cancha, dio un bote y el portero no logró
reaccionar. El balón fue al fondo y el Unión se clasificó al octogonal.
Y la popular loca, que era la
brisa en Santa Marta, se sentía como un huracán en los meses de Diciembre y
Enero, tanto así que los balones hacían extraños en el aire, los arqueros
sacaban de meta, pero el balón no pasaba de la mitad. Los jugadores del Unión
escogían cancha en el cara y sello del inicio de juego. Siempre escogían jugar
en favor de la brisa en el segundo tiempo, donde sin duda le hacía mucho más
difícil el trabajo a los porteros. En una ocasión la brisa ayudó a Fredy Orozco
para hacer un gol olímpico, y en otra ocasión, el Unión empataba 1-1 con el
América de Cali, y Oscar Córdoba quiso botar el balón por la banda para tirarse
en la cancha simulando una lesión y así quemar los últimos minutos del partido.
El balón quedó en una bolsa de aire y no salió por la banda, y le quedó en los
pies al lateral derecho del Unión que era Alberto Gamero, quién apunto al arco y
patió casi de la mitad de la cancha, Oscar Córdoba no pudo reaccionar y el
Unión ganó 2-1.
LA TRIBUNA, A PUNTA DE TAMBORA Y DE SIRENA.
Uno de los factores más
importantes para el Unión era el apoyo que recibía de la tribuna. En la tribuna
del estadio se congregaban casi siempre 8 mil espectadores, pero su
característica no era alentar a su equipo con cánticos o gritos, sino con
tamboras y sirenas.
A diferencia de otras tribunas,
en Santa Marta no sonaban cornetas, pitos o bubuselas. Siempre entraba una o
dos tamporas que eran tocadas por samarios y cienagueros que tocaban más fuerte
cuando el equipo atacaba o iba a cobrar un tiro de esquina. La popular tambora
de Santa Marta, conformada por un tambor, un guache, un alegre y un llamador
acompañado muchas veces de un saxofón o clarinete, alegraba a la gente en la
tribuna, y era la música de fondo que alentaba a los jugadores en el campo. No
puedo imaginar lo raro para un equipo de fútbol visitante ser intimidado por el
ritmo de unos tambores cada vez que lo atacaban, como el escuchar tambores en
una selva y saber que hay una tribu guerrera dispuestos a atacar.
Y ni qué decir de la sirena de
bomberos, que sonaba no solo cuando el Unión atacaba o iba a cobrar un tiro
libre o un tiro de esquina, sino cuando el Unión estaba contra las cuerdas o
jugando mal. La sirena de bomberos sonaba como un grito colectivo que le decía
al rival que estaba en peligro, y le decía a los jugadores del Unión despierten
que sí pueden ganar. La sirena viene de una canción llamada la casa, que estuvo
de moda en 1968, el año en que el Unión fue campeón, y que decía que la casa de
marcela se quemó y por eso sonaban las sirenas de los bomberos. Los aficionados
tomaron ello, para advertirle a los rivales del Unión que el fuego estaba
cerca, y que el arco se les podía quemar.
Estás eran dos insignias de la
tribuna samaria, pues los cantos y las banderas vinieron después, pero nunca
reemplazaran ni a la tambora, ni a la sirena de bomberos.
Todas esas cosas, hacían que la
gente de Santa Marta, de Riohacha y de Ciénaga, prefiriera ir al estadio a ver
al Unión Magdalena, en vez de ir a cine o ir al mar.
Hoy el equipo de Santa Marta, no
tiene estadio en su ciudad, porque fue cerrado por riesgo estructural y lo quieren
demoler. El Unión ha durado tres años deambulando fuera de Santa Marta. Toda esta
cultura futbolera está en peligro y lo más triste es que con el pasar de los años se olvide, y lleguen las
barras desadaptadas y revoltosas que no dejan disfrutar el espectáculo.
Unión
vuelve pronto a Santa Marta, y sobre todo vuelve pronto a la primera división del fútbol colombiano.
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